Historia creada a partir del atentado en el Restaurante Maxim en Haifa, Israel en el año 2003.
TEXTO 1
¿Sabe? Los mejores tomates los hacían en aquél restaurante, en el Maxim. No tenían mucha preparación. En un plato los partían al medio y les echaban sal, pimienta y una especia que me recordaba siempre al guiso de mi abuela. Shaksuka se llamaba el guiso. Solía ir allí con mi marido y con mi hijo de cuatro años. Aquél día teníamos una reserva pero yo no pude acompañarles. Escuché la explosión desde la casa de mi padre. Me quedé paralizada y luego, salí corriendo. Corría con ese ritmo que tienen las piernas ante el pulso del miedo. Quizá usted pueda olvidar quién era su hermana y lo que hizo pero yo no puedo ni olvidarlo ni venderle unos tomates.
Texto 2
Yo no quiero despedirme de mis muertos, de mis fantasmas, de mi culpa; porque si lo hago solo me queda la tierra. Una tierra estéril cuyos frutos no durarán ni cinco días. Esta tierra no era roja. Era una tierra de arenas tibias. Pero de eso hace mucho tiempo. Hace tanto tiempo de aquello que ni nuestros abuelos lo recuerdan. Yo siempre he visto esta tierra roja, como los tomates maduros. Hay días que me apetece darle un mordisco y dejar que el jugo empape mi lengua, pero no me apetece tragar más sangre de la necesaria. Porque el color rojo del suelo que pisamos no se debe a la arena, ni a las rocas, ni al color de los tomates. El color rojo de esta tierra nace de la sangre. Tu sangre y la de tus vecinos, a uno y a otro lado, israelíes y palestinos que siguen llorando a sus muertos. Porque esta tierra sigue viva por el hierro de las lágrimas de los que seguimos aquí. Quizás debiéramos dejar de llorar. Para que la tierra se pudriera. Para que la sangre no empapara más terreno de una tierra que jamás será un hogar.