¿Dónde está ahora la flor de lis? (Pausa.) La hemos buscado debajo de las piedras. En lo profundo de los océanos. Hemos metido nuestras manos entre la tierra. Esa tierra que apesta a estiércol y que nos repugna. Hemos metido nuestra cabeza entre la tierra, intentando por todos medios encontrarla. Pero no está. La flor de lis parece haberse esfumado como el tiempo. ¿De verdad nos extraña entonces que no consigamos encontrar el norte?
Cuatro personas se encuentran encerrados en sus cubos de cristal, fabricados con sus recuerdos. Cuatro personas que conocen el dolor de la pérdida, el peso de la memoria y la desesperanza de no hallar el norte.
TEXTO 1
No es justo ¿sabes? Que te reclamara el mar, de nuevo, y tú no dijeras que no. Ya habíamos pasado por eso. Por tus cantos de sirena. Esos que te atraían una y otra vez hacia tus arrecifes de coral. Ella siempre decía que todo en la vida acababa en el mar. En lágrimas o en agua salada. Yo nunca supe lo mucho que se creía aquella estúpida frase. La recordé, aquél día, cuando la policía forense me llamó para reconocer su cadáver. Todavía estaba mojado. (Pausa.) Veía su pelo empapado y las gotas resbalar por sus pechos blancos. No me lo pensé dos veces. Abrí la boca y lamí su cuerpo. Ante la mirada atónita de la forense. No dijo nada, claro. ¿Qué se puede decir ante el dolor de un hombre que acaba de perder a su mujer? (Pausa.) Sabía a sal, por supuesto. También sabía a algas. Luego me dijeron que cuando la encontraron tenía enganchadas a las piernas tres tipos rarísimos de algas. Eran tres especímenes exóticos. A mí que mierda me importaba eso.
TEXTO 2
Cuando era un crío me gustaba mirar a las lagartijas. Sobre los cristales de las ventanas. Escurriéndose con sus pequeñas patas. Cuando crecí quise ser camaleón, para poder camuflarme y que nadie pudiese verme. Ahora, me siento un dragón extinguido. Un dragón con sus escamas, sus alas, sus patas y su boca. Una boca que hace demasiado tiempo que se olvidó del sabor del fuego. El mundo que me rodea es completamente distinto al de mis recuerdos. El dragón que hay en mí tiende a elevarse. Vuela y se esconde entre la niebla. Allí no hay nadie más. Solo estás tú. Y cuando desciendes y apoyas tus patas en el suelo, te preguntas qué te has perdido. (Pausa.) Me he perdido gran parte del recorrido de mis hijos, y me perderé su futuro. Porque por mucho que lo intente no podré guardar sus recuerdos. Me vienen sus voces y sus rostros. Durante una milésima de segundo sé quiénes son. Pero se esfuma. Vertiginosamente. Como el tiempo. Quizás los recuerdos inmediatos sean eso: pequeños granos de arena del reloj del mundo que no podemos retener entre los dedos.